Después de este largo paréntesis, aparezco de nuevo mostrándote un relato que escribí y que hoy viene a mi pensamiento con el deseo de revivir aquella experiencia que me abrió a un mundo diferente. Espero que te guste.
MÁS ALLÁ DE LAS ESTRELLAS
Fue una tarde de verano cuando la
conocí. Todos nos apretujábamos en torno a los autobuses que traían a los niños
del Sahara y esperábamos impacientes ver la cara del que nos había
correspondido. Cuando mi cuñada estuvo ante ella, dijo a la persona que se la
entregó:
─Debe de haber un error. Yo he pedido
una niña.
Y una niña era: Ania; pero con la
cabeza rapada, una herida en la cabeza y una indumentaria unisex. No sabía nada
de español y le asustaban los coches, las motos y, en general, todo lo que
hiciese ruido. Nos miraba con cara de
enfado y rompió a llorar y a pronunciar gritos y palabras en su idioma, cuando
la introdujimos en la bañera. Aquella
noche, apenas comió y, a media noche, la encontró mi sobrina dormida encima de
la alfombra.
Fueron duros aquellos primeros días;
pero nos sorprendió a todos cuando, en poco tiempo, empezó a repetir palabras
en español, con su acento singular. Comenzó a hacer amigos, a pelearse con
alguno de los chicos que no eran de su agrado porque se metían con ella; y a nadar
en la piscina. Era feliz. Ania tenía una capacidad extraordinaria para
disfrutar de aquello que tenía a su alrededor y nos comunicaba su alegría.
No sabía nada de normas y hubo que
enseñarla poco a poco. Recuerdo que una tarde, en la hora de la siesta, salió
sigilosamente y fue a casa de una amiga.
Como la puerta estaba cerrada, no se le ocurrió otra cosa que aporrearla. Con
lo cual, no sólo la familia de su amiga despertó de su sueño, sino que algunos
vecino protestaron de “la morita”.
Tuvimos que disculparnos, pero dejamos
muy claro que “la morita” tenía un nombre: Ania.
Un día pude ver a través de una ventana
cómo bailaba. Tenía el ritmo en la venas. Su rostro estaba totalmente inmerso
en aquella música que la hacía vibrar. Después me enteré que estaba preparando
una actuación para las Fiestas del pueblo. Se encargó de inventar el baile y de
enseñárselo a sus amigas. Ganaron el primer premio.
Ania era un torbellino, un volcán de
vida y alegría.
A veces hablaba del Sahara, del
desierto, de su familia. Y nos contaba experiencias vividas que nos hacían
reflexionar. Ella y otra hermana mayor se encargaban de cuidar a los pequeños.
También cuidaban a los animales de la familia. Y aún tenían tiempo de reír,
contar historias a reunirse con ellas en un Sahara independiente.
─¡Qué rica la leche de cabra! ─nos
decía─. La que tenéis aquí, no sabe igual.
─Vale.
Pero aquí hay helados que te
encantan; y allí, no ─dijo un día Luz María, su mejor amiga.
─Sí, es verdad. Pero mi país es mi país
y allí nosotros sabemos disfrutar, pero de otra manera… Bueno, ¿ensayamos el
baile o no?
Le gustaba mirar a las estrellas. Una
noche le pregunté que por qué miraba al cielo con tanta atención. Ella fijó su
mirada en mí y me dijo:
─Las estrellas me hablan de mi país.
Seguramente mi madre y mis hermanos estarán ahora mirándolas también para
comunicarse conmigo. Oigo el canto de mi madre, siento el olor de las cabras
que cuidamos, puedo pisar la arena que durante el día quema y en la noche queda
helada… No hay nada más bonito que venir de trabajar al atardecer y contemplar
la puesta de sol, sabiendo que luego vienen las estrellas a contarnos
historias, a cantarnos canciones hasta que nos refugiamos en la tienda
alrededor del fuego porque ha empezado a hacer frío… Allí nos quedamos todos en
silencio, hasta que el sueño nos vence.
─Ania, que cosas más bonitas dices
─susurré─. Pero aquí estás muy contenta, ¿verdad? Tienes muchas amigas y vas a
la piscina todos los días…
─Sí, estoy muy contenta; pero me
acuerdo de mi país.
Dejé a la pequeña filósofa que siguiera
contemplando el firmamento, mientras me daba cuenta de lo mucho que tenía que
aprender de ella. Pensé en nuestra prepotencia, nuestro orgullo de país rico
frente a aquellos niños que venían mal nutridos y a veces con enfermedades que
allí no podían curar. Me sentí pequeña y con las manos vacías. Comparé un mundo con el otro: nosotros
hablamos poco, pendientes del correo electrónico o de la televisión; ellos
encuentran el momento de contar historias. Aquí vivimos para trabajar; allí
trabajan para vivir. Tenemos los mejores cronómetros para medir el tiempo; ellos tienen el tiempo…
Desde aquel día, no dejo de mirar aquello que se nos ha dado gratuitamente y doy gracias por haber llegado a entender la sencillez de un alma que mira más allá de las estrellas.
Muy bonita historia y que verdad que hay que valorar más las cosas sencillas que nos ofrece la vida .
ResponderEliminarGracias quién quiera que seas. En estos momentos duros, hay que buscar la belleza en lo sencillo: estoy de acuerdo contigo.
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